Leyendas Bolivianas: El Tigre Gente

by Damary Pino
(Beni, Bolivia)


Narra Erlan Rojas. Antes existían grandes sabios de los Movimas. Ellos dominaban la mente. Realmente hacían maravillas, hasta incluso se transformaban en animales, en el animal que ellos deseaban.


Los sabios se apartaban de las tribus a lo más profundo de la naturaleza y de allá retornaban con más sabiduría. Al regresar, ellos ya tenían en mente cómo querían trabajar, si querían ser músicos o si querían transformarse. Aprendían todo por medio de la mente, por medio de los astros del cielo, por decir mediante la luna, el sol, lo hacían por medio de eclipses del sol, de la luna.

Pero los antiguos prohibían enseñar esa sabiduría a otras personas, y actualmente se ve cómo nuestra cultura está prohibida.

Me contaban mis abuelos, mi abuela, nacida el año 1898 ya en el pueblo de Santa Ana de Yacuma. En esos tiempos, cuando ella era chica dice que sucedían estos casos, le contaba su mamá a ella. Le contó así que cuando recién llegaron a Santa Ana, había una familia que apellidaba Pobosno. La madre de esa familia era una gran sabia, y se transformaba en animal.

Pero, en ese tiempo, los sabios no lo hacían para hacer alguna maldad sino para poder sobrevivir en sus cacerías, porque en ese tiempo no había ganadería en Santa Ana de Yacuma. Ellos vivían sólo de la cacería de animales silvestres. Cazaban ciervos y taitetuses ariscos. Para eso aprendían a transformarse en animals. Se transformaban en tigres.

Resulta que un día llega una mujer blanca y la convence a esta indígena, a esta de Pobosno, para que le enseñe, y la sabia Movima quebranta la ley de los indígenas. Desobedece y le traspasa su conocimiento a una persona desconocida. Esa persona extraña aprende bien.

En ese tiempo, en San Francisco había un coquina. Era el mes de los coquinas, el mes de febrero. Entonces, se va un jovencito a recoger coquina con su hermano que era una criatura. Se van, y llegan a San Francisco que es lejos del pueblo. Dista a unos 10 km. de la población.

El joven se sube arriba de una coquina y allá menea lo gajos, y caen los coquinos maduros. El pequeño los va recogiendo, cuando de repente, se aparece un animal, un tigre y le coge a esa criatura. El hermano arriba, se queda calladito:

"Caramba, una fiera, un tigre. ¿Qué hago?" dice el muchacho y se queda quietingo arriba. No mueve ni un gajo.

Ve cuando el tigre arrastra a su hermanito, lo mete a un chichapisal y ahí lo tritura. Se lo come, completamente. Termina de comerlo al niño y el tigre se va. Ahí, en San Francisco, antes, cuando llegaban los indígenas hacían sus pozas,
su pauro, ahí tomaban agua, se bañaban y sacaban barro para sus casas, para hacer sus adobes. Ahí dejaron un totoral con agua clarita y este tigre se fue ahí.

Dice que el tigre se desvistió y salió en cuero a la loma a la orilla de un tapizal. Era una tigra, una mujer blanca tigre. Se va dice a la poza, desnuda como Eva. Llega y se aplasta en las orillas del pozo y desata el nudo de su cabello. Lo exprime, pura sangre, se lava la cabeza.

Mientras ella se estaba lavando, se baja el jóven que estaba arriba del coquino. Despacito, llega abajo, donde ella estaba agachada con el cabello inundado, pura sangre, lavándose. Espera el chico que termine de lavarse el cabello. Cuando la mujer tigra termina de lavarse lo ve al jovencito y éste la agarra del cabello y la arrastra. Se la lleva con destino al pueblo.

Grita la mujer, le clama, le dice que le deje ponerse su vestido. El jóven no quiere, y se la lleva. Llegan al pueblito. Entonces no había calles, eran sólo sendas, caminos carreteros. La mujer sigue gritando. Salen los pobladores, los indígenas. Le quitan a la mujer, cogen al muchacho, y quieren aplicarle la ley comunitaria pero el muchacho dice:

"La traje porque ésta no es un ser humano, es un animal, es un tigre, y ahí está su cuero, esa es mi prueba. Se lo comió a mi hermanito."

Salen, los padres del jóven, lo reconocen al hijo y le preguntan:

"¿Y tú hermano?"

"Se lo comió ella."

Entonces los padres abogan por el jóven, le llaman al Cacique. Antes no había autoridad más que el Cacique. Era la máxima autoridad de la población y él era el que dominaba a toda la gente. Después envían una comisión a San Francisco, y llegan allá.

Efectivamente pillan el cuero. Dice que se movía, se movía ese cuero, estaba vivingo. Lo ponen en un palo que nosotros llamamos chichapi. Alzan el cuero entre dos y la comisión vuelve al pueblo. En el pueblo dicen que lo que contó el muchacho era cierto. Queman el cuero y la mujer muere. Eso es lo que sucedió en Santa Ana de Yacuma.

Y realmente, desde entonces, ya los nativos prohibieron ese aprendizaje, prohibieron esa cultura. Dijeron que no servía porque muchos desobedecían y enseñaban a otra gente y otra gente lo ocupaba para otras cosas, para otros fines, ya no lo ocupaban como nuestros ancestros. Los indígenas lo utilizaban para el sustento cotidiano de ellos mismos. Es una leyenda porque eso existió. Fue una cosa verídica que ocurrió en Santa Ana de Yacuma, antes de la evangelización.


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